LA ANTORCHA DEL MFC
Pablo y Marcela Cavallero
Posiblemente la mayoría de los miembros del Movimiento Familiar Cristiano conozca los tres encargos que su fundador, el R.P. Pedro Richards C.P., transmitió como legado para el MFC a los entonces presidentes nacionales, Jorge y Lucy Calvo, cuando estaba en su lecho, próximo ya a la muerte. Ellos son:
1) recen el Rosario todos los días;
2) hagan que la piedras que encuentren como obstáculos sean escalones para la santidad;
3) no dejen que se apague la antorcha del MFC.
Desde entonces la metáfora del tercer encargo es repetida con frecuencia. Pero ¿qué significa ella concretamente? Creemos que se debe hacer alguna reflexión sobre esto.
Una “antorcha” es, según el Diccionario de la Lengua española, un “utensilio para alumbrar consistente en un leño resinoso, un haz de mechas de esparto u otro objeto semejante que, impregnado de alquitrán u otra materia combustible, arde por un extremo mientras se puede agarrar con la mano por el otro”; también significa “hacha = vela de cera” y, metafóricamente, “aquello que sirve de norte y guía para el entendimiento”.
El término, pues, se vincula con la luz pero también con la ‘vanguardia’, aquello que guía a otros, los orienta y los ilustra. Todos tendremos, quizás, en el recuerdo la imagen del atleta que corre con la antorcha en mano. Entre los griegos antiguos, las sedes de los Juegos Olímpicos mantenían siempre un fuego encendido, como en todos los templos, que simbolizaba el mito de Prometeo, quien robó el fuego de los dioses para dárselo a los hombres, lo cual fue el punto de partida de un progreso notorio, todo aquello que depende del conocimiento y del uso del fuego. Cuando los Juegos Olímpicos fueron reinstaurados en el Modernidad, fue en ocasión de los juegos de Ámsterdam, en 1928, cuándo se reimplantó la antorcha portable; y, ocho años después, en Berlín, se inició la costumbre de encenderla en Olimpia y trasladarla con relevos hasta la ciudad sede, viaje que no tiene precedentes en la Antigüedad, salvo una carrera de antorchas que se hacía en honor de los dioses. La antorcha, visible a lo lejos, señala entonces el lugar donde se realizan los Juegos Olímpicos.
¿Por qué el P. Pedro eligió esta imagen? Debemos tener presente que en el NT san Pablo suele comparar al cristiano con un atleta que debe prepararse para la carrera (1 Corintios 9: 26) –no sólo con los sacramentos de iniciación y de curación sino con los de vocación servicial (matrimonio y orden sagrado), con la práctica cotidiana de las virtudes y con la oración–, entrenamiento o ascesis (= ‘práctica’) que debe exigirse para lograr un premio mejor que el deportivo (cf. 1 Corintios 9: 24-27) y que debe tener siempre presente su meta, que es alcanzar a Cristo (Filipenses 3: 12-13) pero corriendo de acuerdo con el reglamento (2 Timoteo 2: 5) y conservando la fe (2 Timoteo 4: 7). Esta frecuente comparación del cristiano con el atleta concuerda con la imagen de la antorcha y, a la vez, la completa: si el MFC tiene o es una antorcha, quiere decir que ilumina y guía, llevando la delantera de vanguardia en la pastoral del matrimonio y la familia; esa antorcha, pues, debe brillar viva y potente, porque es fuego confiado por Dios a los hombres para que trabajen en su Iglesia; e implica que esta fuerza se corresponda con la de quienes portan la antorcha en sus manos, es decir, los emefecistas-atletas, que deben prepararse para la carrera y lograr ser ellos y el Movimiento “norte y guía para el entendimiento”.
La preparación es, en principio, la de todo cristiano que se alimenta de los sacramentos, la oración y la virtud; pero se añade la preparación especial que da el sacramento “de servicio vocacional” que es el Matrimonio: el Cristo Nupcial acompaña, inspira y guía al matrimonio cristiano, al novio, al viudo, al separado y, también, al joven y al soltero que tienen vocación familiar. La preparación no es fácil: exige la constancia y el entrenamiento propios del atleta. Pero, ¿qué implica en concreto para un emefecista prepararse y llevar la antorcha?
Prepararse para la carrera atlética del matrimonio y la familia cristianos es, primero, “conocer” las riquezas naturales y sobrenaturales del sacramento; “vivir” esas riquezas con el máximo esfuerzo y perseverancia; estudiar todo lo vinculado a estas riquezas para crecimiento personal, conyugal y familiar y también para “difundir” esos bienes en los ámbitos de acción cotidiana y en la sociedad en general, de modo que ‘guíe el entendimiento’ acerca de este “Sacramento grande” (Efesios 5: 32). Prepararse para la carrera es entonces integrar y participar responsablemente de un grupo, con compromiso de pertenencia y de colaboración, como espacio comunitario de crecimiento.
Esta preparación, que es constante y permanente –no termina nunca–, da lugar a que el emefecista pueda tomar la antorcha en sus manos. La antorcha tiene diversos momentos y aplicaciones. Hay una antorcha compartida por todos: sin verlas, todos ponen sus manos en el palo que porta el fuego cuando participan de las reuniones, preparan un tema, leen material de formación (libros, encíclicas, homilías, exhortaciones apostólicas, noticias actuales, leyes) o cuando realizan cursos especiales sobre asuntos teológicos, espirituales o prácticos. Todo eso los enriquece a ellos mismos y enriquece a sus pares que comparten reuniones grupales o encuentros generales, les da herramientas para mostrar la luz a la sociedad cuando surgen una charla, una conversación, una discusión, sean presenciales o en redes sociales o en medios de comunicación; cuando hay que dar testimonio en una marcha, en una concentración pública, en un documento para autoridades civiles y/o eclesiásticas. Todo esto implica prestar su tiempo y talento para llevar el evangelio de la familia y su acompañamiento pastoral a los hombres de buena voluntad, lo que supone buscar e invitar siempre a nuevos adherentes, no evitarlos encerrándose en la “torre de marfil” de su grupo consolidado o, peor, en su cueva desinteresada por el otro.
Hay otra antorcha que se lleva con “relevos”, como la moderna antorcha olímpica. Es la antorcha de la dirigencia, de la conducción, de la representación institucional. Todo trabajo que se comparte es más fácil y liviano para todos: hoy se asume la coordinación de un grupo; en otro trienio, se asume la participación en una comisión; en otro momento, se asume la colaboración o la conducción de un Servicio o de un Secretariado; en otra ocasión, se acepta presidir una comisión diocesana o una delegación zonal o la comisión nacional. La Providencia y la disponibilidad del atleta preparado y amoroso determinarán la tarea y el momento. Hay que estar atentos como el joven Samuel del AT, que escuchó tres veces la voz de su patrón, hasta que entendió que no era él sino el Señor quien lo llamaba: “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (1 Samuel 3: 10). Escuchar es ‘auscultar’ lo que Dios nos dice en el corazón y esa escucha ha de generar obediencia (término que deriva de ob audientia, ‘por escucha’). No podemos ‘hacer oídos sordos’ al llamado (= ‘vocación’) de Dios. No podemos ver la antorcha y dejar que humee y se apague lentamente, renunciando a su misión. Debemos reforzar nuestra preparación de discípulos para encarar mejor nuestra tarea de misioneros, llevando con fuerza, alegría y entusiasmo la antorcha que nos toque.
No hagamos de esta frase que repetimos una linda expresión retórica, dicha con romanticismo y negligencia. Tomémosla en serio, como la concibió el P. Pedro: prepararse para la carrera, correrla decididos hacia la meta y tomar la delantera cuando nos corresponda.